Vamos las bandas, dirían algunos cabezones.

Hoy comienzo mi relato con la premisa de que tiene que ser bueno. De ahí parto, a la espera de concretar mi tal ansiado supuesto. Se acerca el día del amigo, reflexiono. Aquel falso fin creado por un aún mayor falso medio. La llegada del hombre a la luna. O como algunos dicen, ese taquillero corto de los sesenta, polémico para los escépticos, y fascinante para los cinéfilos amantes del cine z. Como prefieran. Se acerca un día donde aquellos entusiastas de las sobrevaluadas redes sociales, aprovechan para sumar afiliados a sus gremios, con el propósito de poder reunirlos después de las 24, para platicar hasta pasadas las 6, etiquetarse, exportar íconos onomatopéyicos y demás. Otros en cambio, preparan textos empalagosos con imágenes lacrimógenas, que pretenden hacernos sentir especiales, y lo logran hasta que descubrimos que nuestro nombre es el número 32 de una lista que supera las cuatro docenas y media. Pues bien. Aquí viene mi demanda. Qué pasó con los amigos que se cuentan con los dedos de una mano. O dos, dependiendo de tu estado civil. Léase que la soltería siempre ayuda a tener algunos incondicionales cerca, que sólo se aferran en ese lugar con el anhelo menudo de algún día poder yantarte la boca con un mimo francés. Qué pasó con el llamado, la clásica cena previa picada de embutidos, las anécdotas que no llevan a nada, y las confesiones que nos hacen replantearnos si ya no hemos tomado suficiente tequila.
Y no me digan que la gripe fue la causante de esta desdeña emocional. Porque virus hay en todos lados. Salvo en las macintosh, aunque todavía tengo mis dudas.