Navidad, ABC 2.

Qué tiene de especial un día donde todo, absolutamente todo, es tan predecible?
Sabés a quién te vas a encontrar, qué vas a comer, qué vas a tomar y cómo vas a terminar.
Sabés que tenés que servirte poca ensalada porque la bandeja con camarones dura poco. Que los seniles de mesa y sus mujeres se embriagan a la media hora y terminan planteando tesis tales como “juventud perdida”, “menopausia”, “patinando”, “reuma”. Sabés dónde te vas a sentar, de qué vas a hablar y con quién. Todo es tan predecible que sabés hasta qué te van a regalar tus abuelos para justificar sus viajes a la costa o medio oriente. Medias. Gran mito 20% algodón y 80% poliéster reverenciado, por algunos, como la ofrenda perfecta para una pubertad pendenciera que hoy sólo busca un préstamo para irse de la casa de sus progenitores. Recién pasó una hora desde que tu abuela te dijo que estabas más alto. Cumplido el horario de alzheimer, te lo vuelve a decir, ahora con más énfasis motivado por las dos copitas de licor que tomó entre la discusión Cirio vs. Fidalgo y sequedad genital vs. abulia carnal.
Por fin, doce y dos minutos. Terminó el día de la marmota. Besas a los primeros, saludás a los segundos, mandás reverencias para los que están más lejos, y te vas. Salís corriendo hacia la libertad al grito excusado de clemencia por tu ida. En el camino hacia una sociedad más joven e inmadura, encontrás 10 centavos. Algo impredecible. Tu día empezó bien. Te arrimás a levantarlo pero te das cuenta que su valor se redujo a la mitad. Más impredecible todavía. 5 centavos. Un caramelo. No está bueno, pero algo es algo.

2 comentarios:

Descartes dijo...

También es una cagada tomar una bebida tan berreta como la sidra, el ananá fizz o el más pretencioso aunque igualmente caverna "strawberry" fizz.

Anónimo dijo...

Yo no sé si te conté de aquella navidad en la que fui testigo de un hecho sorprendente. Tan desagradable en ese momento, pero alma misma de la anécdota que no me canso de repetir.

Tenía unos 11 o 12 y jugaba a la Commodore 64 esperando que llegaran las 12. Hasta ahí todo tradicional. Pero en un momento escucho los pasos de alguien que venía corriendo por el pasillo, gritando algo que al principio no llegué a entender. Decía "¡Vení! ¡Están vomitando todos!". Treinta segundos más tarde estaba frente a esta situación extremadamente bizarra, impredecible y especial: mi primito de 4 había empezado a vomitar, por razones nunca descubiertas. Mi tía abuela, al ver la escena, no pudo menos que contagiarse, soltando una catarata de arcadas primero y de vitel toné después. La siguió otra tía y un primo más. Para ese entonces, todos los contagiables habían podido escapar fuera del radio del olor y las imágenes perturbadoras.

En esa navidad no nos dimos cuenta cuando llegaron las 12. En esa navidad, el niño Jesús nacía mientras nosotros estábamos jugando al desafío Harpic, Poett, Ace, pero de esa época.

Desde entonces, disfruto mucho de las discusiones sobre sequedad genital.